Lo Materno

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Lo Materno

Aproximaciones a lo materno en clave filosófica.

Sin pretensiones de agotar ningún tema, es posible acercarse a algunas elaboraciones y consideraciones acerca de lo materno y la experiencia de la maternidad desde la filosofía. Como toda experiencia significativa para los seres humanos, comporta su misterio, y para desentrañarlo, la filosofía es capaz de elaborar conceptos, filosofemas y planteos para abordar la cuestión. Dichas elaboraciones no arrojan toda la luz que es posible sobre un tema, pero nos acercan algunas respuestas parciales, que permiten una posterior profundización.

Es notable señalar que, a diferencia de temas como el amor, el poder o la muerte, sobre lo materno no ha habido la misma cantidad y profundidad de elaboraciones. Retomaremos, entonces, planteos contemporáneos, no sin antes hacer algunas preguntas sobre dicha ausencia[1]. ¿Con qué tiene que ver lo materno, que lo ha hecho menos digno de ser pensado filosóficamente? ¿Qué implicancias tiene? ¿Qué tipo de experiencia, práxica y de pensamiento, habilita?

En primer lugar, para acercar una hipótesis, quisiera retomar una distinción que ha atravesado toda la historia de la filosofía, desde sus orígenes hasta nuestros días. Dicha distinción podría pensarse como analítica en un primer momento, pero que luego ha tenido una serie de implicancias que exceden a esta  instancia  de análisis. Me refiero a  la distinción entre materia y forma (Aristóteles), Mundo sensible y Mundo inteligible (Platón), y a partir de ese momento,  entre cuerpo y alma, entre pensamiento y materia, entre el cielo y la tierra, entre los universales abstractos y las singularidades concretas, entre res cogitans y res extensa (Descartes), sujeto y objeto. Y, de otra manera, pueden pensarse como Ser y no-Ser, lo Uno y lo Múltiple, esencia y devenir.

En todos esos binomios es posible identificar una jerarquía: hay uno de los elementos que es ponderado como valioso, como un “deber ser”, como un ideal a alcanzar –y aquí ya es posible notar que la distinción excede lo analítico para ser de alguna manera normativa-, mientras que el otro elemento del par queda “debajo”, como poco deseable, poco valorado. Y es posible ubicar en dos grupos los pares: de un lado, la forma aristotélica, las ideas platónicas, el alma, el pensamiento, el cielo, los universales abstractos, la res cogitans, el sujeto,  el Ser, lo Uno, la esencia. Todos estos elementos tienen características similares: inteligibilidad, unidad, permanencia (cuando no eternidad). Es el lado de lo valioso. Del otro lado, los restantes: materia, mundo sensible, el cuerpo, lo terrenal, las singularidades concretas, la res extensa, el objeto, el no-Ser, lo Múltiple, el devenir. La característica que podemos identificar en este lado del par es la de la mutabilidad, inasibilidad y caducidad.

 La experiencia de lo materno aparece inexorablemente asociada al cuerpo y a la corporalidad. Tanto porque es un cuerpo gestando a otro cuerpo, una existencia total posibilitando otra (MERLEAU PONTY), como porque el maternar se asocia a los cuidados que permiten que la nueva existencia permanezca en el mundo. Quizá por esa condición explícitamente corporal, lo materno ha sido desplazado como problema filosófico digno de tratar. Ya que además, en la medida en que es experiencia corporal tiene sus singularidades, sus planos afectivos, y con ello la imposibilidad de elevar a conceptos puros dicho pensamiento. Más adelante retomaremos las implicancias que tiene el hecho de que las filosofías se desliguen de lo corporal que hay en ellas.

Los cachorros de la especie humana (a diferencia de las otras especies) requieren de una serie de cuidados para sostener su existencia en este mundo, lo que nos permite pensar que la experiencia de lo materno es la que, justamente, permite que vida haya. Es decir, que en el origen, o en nuestros orígenes, era la madre y lo materno. Si hay algo que nos iguala como seres humanos es el hecho de haber atravesado esa experiencia. Es una comunidad maternante la que permite, habilita, posibilita, nuestra existencia en el mundo: lo primero con lo que nos encontramos en el arribo a la existencia es el cuerpo afectivo, vinculado a y sostenido por esos otros con los que comparto mi comunidad. Es decir que la condición de ‘arrojado’, contra Heidegger y los existencialistas, no implica una soledad radical, sino una comunidad que “ataja” a ese ser que es “arrojado”.

En este punto seguiremos algunas de las consideraciones sobre el asunto que provienen de la filosofía argentina reciente (ROZITCHNER). Lo materno, en tanto que corporal, no ha sido aún atravesado y dividido por el lenguaje. Hay, sí, una lengua, pero es la lengua del afecto, que no establece distinción entre significado y significante, sino que son todos sentidos-sentidos,  y es ella la que va conformando el suelo desde el cual se abrirán, posteriormente, los sentidos y las palabras. De alguna manera la criatura forma un Uno con la madre, que luego deviene múltiple. En ese Uno no hay distancia ni posibilidad de escindir aún entre significado y significante, unidad si se quiere absoluta (absolutamente relativa, en la medida en que es siempre histórica) pero no en función de su abstracción, sino de su corporalidad. Se diferencia profundamente de la unidad constituyente de cada concepto es siempre abstracta, porque justamente abstrae todas las diferencias singulares en función de un universal.

Se postula entonces al afecto como el “puro sostén que retiene el sentido en el cual se inscriben todas las palabras”. Es decir que los sentidos y significaciones no provienen de ni responden a un orden racional o racionalizado, abstracto y universal, que preexista a la existencia histórica de los seres humanos (como especie, pero también de cada ser humano que adviene al mundo), como ha querido la filosofía. Se retoman tesis del filósofo Max Scheler, quien en su Ética material de los valores postuló que la “materialidad” de los valores más elevados consistía en la afectividad que los sostenía. Así, y contra lo que había planteado Kant-, sostiene que la afectividad es la base, el suelo, el fundamento sobre el cual se edifica el conocimiento humano, con sus universales y sus ideales.

Pero ese Uno,  esa unidad primigenia y corporal es necesariamente escindida, permitiendo el acceso de los seres humanos a la cultura. Se indaga entonces sobre los modos en que se produce dicha escisión, sus mecanismos y las consecuencias que se derivan, ya que son a su vez  los modos de producción de sujetos. Esa escisión no es mecánica ni abstractamente universal, sino que es radicalmente histórica. En ese sentido, la producción de sujetos es también histórica, por lo tanto situada, contingente y sujeta a un devenir. Si bien no es posible identificar universalmente el acceso a la cultura, sí se puede comprender el modo actual en el que los sujetos son producidos.

Es sobre esos enlaces primeros que se dan con el amor materno que se inscribirá luego, como sobre un soporte denso, todo lo que luego es atribuido como “puramente subjetivo”. Se sostiene que hay una lengua materna, afectiva, cuyos sentidos son sentidos (sin mediación simbólica). Esta experiencia es negada, y la lengua materna es suplantada por una lengua que aunque llamemos materna es patriarcal, porque lo que aparece allí es la imagen espectral del padre externo, el espectro persecutorio del derecho paterno.

Lo que se plantea es que a esa madre apalabrada, que es pura corporalidad y está radicalmente viva, se la suplanta por una madre muerta, en la medida en que su sentido no se sostiene sobre una afectividad. Con ello se hace referencia a las discusiones acerca del origen de lo humano: el Ser del que hablaba Heidegger, para poner un ejemplo que no es exhaustivo pero sí muy gráfico, no nos contiene ni nos contendrá nunca. Ese Ser no está sostenido sobre ningún cuerpo amoroso, sino que aparece despojado de toda referencia a la afectividad. Las abstracciones que se han puesto en el origen de lo humano y de la vida, en la medida en que responden al espectro patriarcal (y que, justamente por ello, han sido instauradas por el Terror de muerte) niegan la corporalidad afectiva que constituye a lo materno como tal.

No se plantea que el concepto de Ser sea equivalente o intercambiable con el de la madre. Lo que se plantea es que al concepto de “ser” sólo podemos pensarlo desde ella, porque es la premisa sensible de todo pensamiento. Sólo podemos acceder al mundo de lo simbólico, con sus órdenes, leyes y terrores, si nos asentamos firmemente sobre ese suelo afectivo materno, negado y vaciado, pero presente al fin.

Ahora bien, ¿cuáles son las implicancias de esta escisión? La negación del cuerpo. El establecimiento de dos órdenes abismalmente separados, entre lo intelectual-inteligible y lo afectivo-corporal, entre la ley del padre y el ordo amoris materno. Pero el cuerpo y la existencia toda nos develan una unidad. Hay unidad de percepción porque la existencia misma implica siempre una prolongación entre el cuerpo propio, la conciencia, y el mundo en el que se inscribe. El lenguaje que hablamos nos permite separar las esencias, dividir a las cosas como si fuesen-como si pudieran ser- entes aislados unos de otros, cada uno con una existencia individual atómica. Pero si bien esa división hace posible pensar la realidad, no hay que tomarla como la realidad misma: en ella, lo que separamos caprichosamente con nuestras palabras aparece entremezclado, formando y conformando significaciones múltiples.

Lo poético ha sido retomado y elaborado como un modo de articulación entre los afectos y el lenguaje. Si el lenguaje del “espectro patriarcal” es el que escinde a los sujetos de su suelo arcaico materno, en la medida en que establece a las esencias como separadas (Merleau-Ponty, 1994), el lenguaje poético es el que de alguna manera permite recuperar la unidad afectiva.


[1] Con ausencia, no me refiero a una ausencia absoluta, si no a un menor interés por el tema respecto de otros.

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